Y vos… ¿qué sabés de las OPORTUNIDADES PERDIDAS?

La cuenta final de un fracaso anunciado. Última entrega de la tetralogía «Y vos… ¿Que sabés…?

Si en los tres artículos anteriores desmenuzamos los síntomas de la enfermedad —la deuda que nos ahoga, las reservas que no tenemos y el sueldo que no nos alcanza—, este cuarto es el diagnóstico de fondo. Es la autopsia de un paciente que, teniendo todo para salir adelante, se empeñó en elegir el camino equivocado una y otra vez. Esta es la historia de las oportunidades históricas que la Argentina tuvo en sus manos y que, por una mezcla de soberbia, miopía y pésima política, dejó escapar como agua entre los dedos.

No es solo una cuestión de números, aunque los números lo demuestren hasta el cansancio. Es una cuestión de decisiones. Decisiones que, miradas en perspectiva, tienen la contundencia de un golpe bajo. Se dice, cuenta y murmura de todos los presidentes que en sus visitas a brujos, tarotistas y adivinadoras, preguntan si ellos son la encarnación de El Hombre Gris, psicografiado por Parravicini. Posiblemente, si se hubieran bajado del ego al que subieron los vientos halitósicos de los aduladores; desde la colina de los estadistas podrían haber visualizado un camino mejor

Hubo un momento en que las estrellas, los planetas y el multiverso se alinearon para la Argentina. Ni Thanos con sus piedras del infinito podrían impedir que gritáramos ¡Argentina potencia!: El mundo nos tendió un salvavidas de oro. La demanda china empujó el precio de los commodities a niveles históricos. La soja —ese “yuyo” despreciado en los discursos— se disparó, promediando los U$S 557 la tonelada entre 2003 y 2013. Gracias a la gestión de Roberto Lavagna (aunque muchos le quieren robar el poncho) y a ese contexto internacional inmejorable, ocurrió un milagro: por primera vez en décadas, entraron dólares genuinos, fruto del trabajo y no del endeudamiento. Las reservas del BCRA llegaron a un pico histórico de U$S 52.000 millones en 2011.

Momento crítico de oportunidad: Se podía invertir en infraestructura, energía e industria. Se eligió el consumo cortoplacista

El valor real del trabajo se desplomó. El país desindustrializado paga menos por educar, curar y construir

La decisión equivocada: Se privilegió la especulación financiera y la “bicicleta” de deuda por sobre la producción. En lugar de un plan de desarrollo industrial para el siglo XXI, tuvimos parches. La “milanesa de soja” no es un chiste; es el símbolo de un país que reemplazó su producción ganadera y su industria por un monocultivo vulnerable. La desindustrialización no fue solo una consecuencia de la globalización; fue una política fallida.

El artículo sobre la deuda lo dejó claro: en 2019, el gobierno de Mauricio Macri desembolsó más de U$S 10.000 millones. La friolera de 7 de cada 10 dólares tomados como nuevo préstamo se fueron directamente a pagar vencimientos de deudas anteriores. Fue el espejismo del “acceso al mercado”: reservas artificiales infladas con dólares prestados que se esfumaron en la primera corrida, dejando un saldo de deuda impagable.

La ‘bicicleta’ terminó en el corralito financiero de 2019: reservas netas cerca de U$S 700 millones

La decisión equivocada: Creer que el problema de fondo —la falta de dólares genuinos— se podía resolver con más deuda, en lugar de atacar la causa raíz: un Estado gigante, ineficiente y derrochador que ahoga la producción. La pandemia y la sequía de 2022 solo aceleraron un colapso que ya era inevitable. El gobierno siguiente heredó el boquete y, lejos de cerrarlo, lo profundizó con más emisión y controles.

La ecuación final, luego de más de 30 años, es devastadora y no admite relatos benévolos:

  • Deuda: Multiplicada por 6 (de U$S 63.847 MM a U$S 403.836 MM).
  • Reservas reales: Apenas un 20% más poder adquisitivo que hace 30 años, un colchón risible para una economía mucho más grande y vulnerable.
  • Sueldo real: Una pérdida promedio del 50% del poder de compra de los trabajadores.

Cada gobierno, de todo signo político, aportó su cuota de malas decisiones. Del “1 a 1” que escondía la venta del país, al “cepo” que mató la confianza; de la fiesta con los dólares de la soja al endeudamiento frenético para tapar agujeros. Es la crónica de un fracaso anunciado, donde las únicas constantes han sido la falta de un proyecto de país serio, la desvalorización del trabajo y la incapacidad crónica de aprender de los errores.

La deuda que más duele no es la que está en los papeles del FMI, sino la que tenemos con las generaciones futuras: la deuda de haberles legado un país con las oportunidades históricas perdidas, una industria diezmada y el tanque de nafta, siempre, “ahí no más”. El mensaje de las urnas, cada vez más vacías, es claro: la paciencia se agotó. La pregunta que queda es si alguien está dispuesto, por fin, a escuchar.

Fuente: Elaboración propia en base a los análisis de deuda, reservas y sueldo real publicados en Hora25. Los números, al final, no mienten. Solo ilustran el costo de las decisiones.

Y vos… ¿Te seguís peleando en la mesa de fin de año por política?

Gerardo Cabrera

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